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ALUSIÓN Y REPRESENTACIÓN DEL ESPACIO INTERIOR EN EL GRABADO JAPONÉS

 

REPRESANTATION OF INTERIOR SPACE IN JAPANESE PRINTS

 

PILAR CABAÑAS

El grabado japonés es una manifestación artística que también entra dentro de la categoría de medio de comunicación de masas, y que comienza a desarrollarse como tal con Hishikawa Moronobu (1618 o 1625-1694), al empezar a ser publicado en láminas sueltas. El fue capaz de establecer una escuela de pintura y de ilustración que se inspiró en el ukiyo, o mundo flotante. 

Este término, ukiyo, es bastante amplio, y nos interesa porque encierra en su significado el matiz de mundo presente y modo de vida contemporáneo, centrándose en todo aquello que va unido a la idea de disfrutar. Por ello podemos utilizarlo para designar a un mundo desarrollado por y para la clase de los comerciantes, paralelo y al margen de su vida diaria y de trabajo, y que acoge en sí toda actividad placentera, todo aquello que se realiza buscando el relax, el disfrute del tiempo libre, y el olvido de la realidad cotidiana.

Por tanto, a través de los grabados podemos hacernos una idea de lo que era la vida de aquel momento, y el entorno en el cual ésta se desarrollaba, pues como apuntaba anteriormente, son un fiel reflejo del “mundo presente y del modo de vida contemporáneo”. 

Quisiera llamar la atención sobre el hecho de que en la mayoría de los casos los interiores representados en los grabados hasta el último cuarto del siglo XIX corresponden a las casas de placer, y subrayar que éstas comparten estilo arquitectónico con las casas residenciales, lo cual nos permite hablar de un modo generalizado de la casa japonesa, evidentemente, de las clases acomodadas.

El estilo arquitectónico al que nos referimos es el denominado sukiya, que literalmente significa “morada del refinamiento”. En ocasiones podemos verlo también denominado como sukiya shoin. Dos grandes emblemas de este estilo son, por un lado la villa imperial de Katsura, muy cerca de la antigua capital, y la casa de placer Sumiya, en el corazón de Kyoto. Ambas construcciones fueron levantadas durante el siglo XVII, cuando este tipo de arquitectura encontró su más perfecta realización. 

El espacio de la arquitectura japonesa, y todos estos elementos que la habitan y complementan, podemos verlos representados en los grabados, lo cual nos ayuda a darnos perfecta idea de cómo eran decorados y utilizados, y sobre todo de cómo eran vividos. En esta estampa podemos contemplar por ejemplo cómo se aprovechaban los huecos para colocar armarios empotrados donde guardar todo tipo de objetos. Como en este caso, sus puertas eran frecuentemente de papel enmarcado, prestándose  a ser soporte de los mas variados temas decorativos.

 

El tatami sustituyó o tapizó el entarimado de madera, y en lugar de gruesas puertas colgadas de madera, incluidas en el tabique exterior, se emplean puertas correderas de madera ligera caracterizadas porque en sus tres cuartas partes superiores la madera se limita a formar una retícula generalmente ortogonal cerrándose sus vanos con hojas de papel blanco suave, y que conocemos como shoji. Por la noche, a este tabique móvil se le añadía otro de madera, también corredizo, que constituía un cerramiento protector y que se conoce como amado. Estas paredes exteriores actúan a modo de grandes ventanales que dejan pasar la luz que se desliza bajo los amplios aleros tamizándola y evitando los brillos exagerados en la habitación. Claridad que impide la acentuada definición de luces y sombras, y que nos hace pensar si tendrá algo que ver con la planitud de los colores en la pintura y el grabado japonés.

 

La pieza principal de la casa contaba con un tokonoma, un espacio rectangular ligeramente elevado en uno de los lados de la habitación, y junto a él unos estantes a diferentes alturas (tana) incorporados a la pared. En su centro solía colgarse una pintura con formato de kakemono, que en este caso representa a una deidad budista. Generalmente junto a ellas, apoyados en la tarima de tatami suele haber un arreglo floral o un incensario, koro, que puede ser de cerámica o de metal. 

Este tipo de arquitectura sukiya se caracterizaba por una enorme libertad y flexibilidad en el desarrollo de sus espacios, generados de un modo modular. Una libertad que por supuesto se extiende también a su decoración. Pero junto a esta característica hay otras dos de gran importancia que de algún modo orientan a la primera. Estas son moderación e irregularidad, y constituyen un claro exponente de cómo la estética del té caló incluso en el gusto más palaciego, sin que ello supusiera un impedimento para que los más elegantes y caros detalles fueran incorporados a su arquitectura o decoración.

 

Un aspecto que me interesa resaltar en estas representaciones es la diferente impresión que se tiene frente a un interior occidental y uno japonés, sobre todo en el periodo cronológico paralelo. 

Asomándonos a nuestros espacios la conclusión frecuentemente es que nos hallamos ante a un gran contenedor en el que nos dedicamos a acumular muebles y objetos de todo tipo: cuadros, lámparas, jarrones, tapices, alfombras, mesas de todos los tamaños, armarios, sillones, sillas, aparadores, vitrinas, armaduras… La ecuación parece ser: a mayor número de objetos, mayor consideración. Y la ecuación se repite en cuanto al número de habitaciones y al carácter específico de cada una de ellas.

Por el contrario, Pierre Loti en su Madame Crisantemo habla de la casa japonesa como de la casa del vacío, y no es de extrañar pensando en que el autor procede de la Europa del siglo XIX. Cuando observamos los grabados, nos damos cuenta de que nos hallamos frente a un espacio diáfano multifuncional. Ello no impide que se destinen habitáculos para funciones muy específicas, como es el caso de los baños, los aseos y la cocina, pero, como apuntábamos al principio, los tabiques son móviles y los espacios se pueden agrandar o limitar en función de las necesidades. No es necesario desplazarse al comedor para la cena, ni pasar después a tomar el café al salón, ni retirarse al gabinete de trabajo para contestar una carta. Los pequeños cuencos y platos de la comida cabían en las ligeras mesitas que podían colocarse en cualquier lugar, y unos sencillos palillos hacían innecesarios la cuchara, la pala del pescado o el tenedor. Sentados sobre los talones, con las piernas cruzadas o recostados, las desconocidas sillas eran innecesarias, bastaba en todo caso un zabuton[1]. El té, preparado sobre el tatami, era bebido allí mismo sin necesidad de pasar de las sillas al cómodo sillón.

Utagawa Kunisada.. Sin título, . ôban 1851-1853 [J-A 13  024, 025, 026]

Para contestar una carta, bastaba con sacar del armario una mesa baja rectangular, fuzukue, y la caja con los utensilios de escritura, suzuribako. Incluso cualquier lugar puede ser utilizado de dormitorio, pues los futones que hacen las veces de cama y colchón se extienden sobre el tatami y se recogen y guardan durante el día, dejando así libre para cualquier otra actividad el espacio que ocupan durante la noche. La ligereza y movilidad de los objetos era la clave de esta utilización plural del espacio. A la vista, tan solo aquello que resulte necesario, lo demás queda escondido en armarios empotrados de puertas correderas que, repletos de arriba abajo, se confunden con la pared. Observando los grabados percibimos como los shoji constituyen con los diferentes patrones de retícula un elemento importante de la decoración, al tiempo que estamos ante un elemento estructural. 

 

Como piezas esenciales del mobiliario contamos los biombos y los tsuitate. Sirven para ocultar aquello que no se desea que esté a la vista y para compartimentar el espacio, al tiempo que al artista le sirven gráficamente para acotar y dirigir la mirada del espectador.Los biombos que aparecen representados suelen ser piezas para contemplarlas tan sólo por una cara, que es la que muestra una pintura, generalmente de paisaje, mientras que por el otro lado está forrado de un papel estampado. El tsuitate es un elemento menos frecuente, y consiste en una mampara de una hoja con dos pies para sostenerla. Tanto los biombos como los tsuitate pueden ser de la altura aproximada de una persona. 170 x 366 cm. suele ser una medida bastante utilizada, pero también su altura puede reducirse a la mitad.Los muebles pintados en los grabados suelen ser de laca negra, en ocasiones decoradas con la técnica maki-e, es decir con polvos de oro, como muchos de los pequeños objetos que acompañan a los personajes en su actividad. Son frecuentes las mesas bajas, fuzukue, y las cajas con útiles de escritura, suzuribako; las cajas para costura, haribako; pequeños armaritos con cajones o tansu, o cajas con asas para trasladar y usar los utensilios necesarios para el té; el tabakobon o equipo de fumador, un hábito que llegó a ser una costumbre muy extendida entre la población y sobre todo en los barrios de placer, o las bandejas para alimentos. En este caso se trata de un mueble de tocador ante el cual el actor de kabuki se prepara para salir a escena.También  podemos descubrir, supuestamente iluminando la estancia, las lámparas cilíndricas o cuadradas de papel y armazón de madera (kaku-andon),  o una especie de candelabros de una vela.

Una pieza representada por su cotidianidad en aquellos grabados en los que la acción transcurre durante los meses fríos es el hibachi, un brasero de carbón para calentarse, cocinar y contemplar el cálido resplandor enrojecido del fuego. En ocasiones el brasero se muestra oculto bajo el kotatsu, una mesa baja, al estilo de nuestras mesas camillas, con un cobertor que impide que el calor se escape. Hay otros objetos que aparecen en los interiores de las estampas de un modo regular formando parte de la decoración, como son los kakemono, las pinturas o caligrafías enmarcadas en rollos verticales, que se cuelgan de la pared del tokonoma. En este caso sin embargo se trata de pura contemplación y disfrute, pues junto a la dama sentada se halla su ayudante con la caja lacada de donde han sacado la pintura.  

 

De un modo generalizado podemos afirmar que penetrando en los espacios de las estampas frecuentemente la acción transcurre en un interior, pero abierto al exterior. Vemos a un tiempo lo de dentro y lo de fuera, y lo que ocurre en el exterior, ya sea una nevada o un árbol en plena floración, no es accesorio, sino que es una metáfora, o una alusión al aroma y la atmósfera que rodea la escena, o que ésta desea evocar. 

Es verdad que también en la pintura occidental aparecen representadas las ventanas, pensemos en los pintores impresionistas y en tantas mujeres leyendo junto a ellas, o en los interiores holandeses como los de Vermeer. Sin embargo, en estos casos lo que se busca es una fuente de luz, una luz que penetre en la caja oscura que es el interior occidental, y haga visible su contenido, o bien proporcione la iluminación necesaria para desarrollar la actividad. En la estampa la luz es ajena a la representación, es una convención. Incluso si la escena se desarrolla en la más oscura nocturnidad, las figuras son representadas con la misma planitud y claridad como si a pleno sol se encontraran. Los juegos de luces y sombras no existen. 

 

Las ventanas o paredes abiertas de las representaciones de las estampas nos hablan de una arquitectura no oclusiva, sino expansiva, en el sentido de que se proyecta hacia el exterior eliminando sus tabiques y prolongando su espacio interior en sus galerías, a medio camino entre el espacio techado y el espacio a cielo abierto. Esta comunión entre interior y exterior ha de interpretarse como algo vital por la abundancia de representaciones que lo ponen de manifiesto.

Podría encontrarse una excusa perfecta para esta apertura del muro en la necesidad de aliviar los calores del verano, o de disfrutar del agradable encanto de la primavera. Sin embargo, incluso cuando la acción transcurre en pleno invierno, sigue existiendo la necesidad de manifestar en la representación esta estrecha comunión entre lo que acaece en el interior y lo que ocurre más allá de sus paredes. Suele buscarse la unidad y elocuencia, no sólo de temática y acción, sino también emotiva, entre la sugerencia del título, lo que sucede y el paisaje exterior.

 

Las amplias y altas paredes de las casas occidentales decoradas con paisajes que nos hablan del mundo exterior que hay más allá de sus muros, se transforman en el caso japonés en verdaderos recortes del natural, enmarcados por los bordes de los shoji desplazados. Es cierto que también los biombos, los tsuitate o incluso los fusuma pueden ser soporte de una creación artística en la que se aluda a la naturaleza, pero ésta no tendrá ese carácter de ventana perfectamente delimitada que suponen los cuadros occidentales.

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